TEXTOS

DE UNA EXCITACIÓN SEXUAL AJENA
                                                                               Rosa Navarro Fernández
En una novela de Haruki Murakami hay un episodio acontecido a uno de los personajes femeninos, que cuando lo leí y sin saber muy bien por qué, al instante convocó en mí las palabras del título, “una excitación sexual ajena”.

Y por las cosas del azar, el mismo día que decidía el título de este artículo, recibo por e-mail información de un libro enviada por su misma autora, que lleva el título: “Tu sexo es aun más tuyo”Un libro dirigido a las mujeres cuyo objetivo escrito en su prólogo, titulado “Con voz propia”dice: “para hacernos pensar en nuestra sexualidad y no vivirla sin más o con miedo, vergüenza, culpa o insatisfacción” En el camino de consecución de dicho objetivo, se trata para las mujeres de hacer que su sexo sea cada vez más propio. La Real Academia Española, entre otros significados, define propio como perteneciente a alguien que tiene la facultad exclusiva de disponer de ello.

El libro parece hacer hincapié en el “tener” y pregona “el reconocerse en lo que se tiene”, lo mío es mío, en cuanto hay otros para quienes lo mío es ajeno. Así se reconoce y me reconozco. Sólo se obtiene beneficio de lo que se posee, de la propiedad, lo que nos sitúa en territorio fálico y en lo propio de los hombres, el goce fálico viene a ser una especie de asidero para la identidad, les permite reasegurarse en su identidad masculina.

Sin embargo con la cuestión del “ser” es otra cosa. Sabemos de la imposibilidad de “reconocerse en lo que se es”. Originalmente por rechazar el “ser” al que se es llamado a identificarse. Esta identificación alucinada del “ser”, que sólo puede llevar a la desaparición, al ser llamado al lugar de una nada, será expulsada al afuera, represión entonces de la significación fálica del cuerpo. ¿Qué es un cuerpo? y ¿Qué es una mujer? me parecen preguntas que no remiten a una identificación propia, preguntas que hay que atrapar en otro lugar.

Según otro de los significados de propio “se dice del accidente que se sigue necesariamente o es inseparable de la esencia y naturaleza de las cosas”podríamos situar el accidente de lo propio femenino como ser en otro lugar del que creo ser al hablar y al pensar, ajena a lo mío y a lo nuestro, pues no existe un clan de identidad al que acogerse, ni casa a mi nombre, ¿no es lo propio de las mujeres ser en lo ajeno, ser para el Otro, ser al hacerse desear?

Tomo el caso del personaje femenino de la novela, y antes de hablar del episodio que despertó mi interés, haré algunas anotaciones sobre esta mujer de 39 años, casada de una manera particular que ya veremos, sin hijos, sofisticada, de buen gusto y buena situación económica. Son  anotaciones que dan cuenta de la división entre, voy a decirlo de este modo, entre “ser en sí misma” y “ser para el Otro”. La división entre lo propio y lo ajeno da juego a una posible inversión, cuando lo ajeno se hace propio, apropiarse, que correspondería al ejemplo del libro antes mencionado y cuando lo propio es esencialmente lo ajeno, que me sirve para la cuestión de lo femenino.

Anotaciones:
Nace y crece en Japón, va a la escuela japonesa, sus amigos son todos japoneses, se siente japonesa pero es de nacionalidad extranjera, coreana. Sus padres le recordaban “Tú aquí eres una extranjera
En este lugar de pertenencia que cree propio sin embargo es una extranjera, extranjera en lo propio, su identidad es otra, la del lugar de pertenencia de los padres.
Así que esto trajo una posición, “para vivir en este mundo, debía hacerme fuerte

A los 17 años pierde la virginidad y a partir de ahí no sólo se acostó con bastantes hombres sino también con hombres a los que apenas conocía. Sin embargo ni una sola vez sintió el amor, quizá y esto es una idea de ella, por su ambición de llegar a ser una célebre pianista.
Tenemos aquí una división que aparece bajo la escisión del sexo y el amor:
Ha hecho del sexo con hombres desconocidos, anónimos, de los que se sirve, algo propio, de este modo ejerciendo un cierto dominio se hace fuerte, ella es sujeto del deseo en el país fálico, podríamos decir se siente japonesa-luego-fálica, lo propio del goce fálico viene a ser un asidero para reasegurar una identidad. 
Sin embargo el amor le es ajeno, el amor del hombre, el amor que feminiza, pues entonces el amado sería un hombre que saldría del anonimato.  La escisión sexo/amor es inevitable y supone una cierta división, pero en este caso ella opta por un solo término, el deseo, y al no sentir amor se zafa al mismo tiempo del estar dividida.  

Un recuerdo infantil, a los 5 años de edad, trae la cuestión del padre y de sus duplicidades.  Se trata de la visita al pueblo coreano del padre, donde le erigen una estatua conmemorando su función de benefactor.
Para ella, este pueblo es un lugar extraño y extraño es también ver una estatua de tu propio padre.
Mi padre era en realidad un hombre de baja estatura, pero, en la estatua, parecía un gigante imponente. Entonces lo pensé. Que, en este mundo, lo que ven nuestros ojos no tiene por qué ser verdad”.
Hay aquí una posible lectura de doble dirección, o bien no es cierto que tu padre sea un gigante imponente, pues sólo es un hombre de baja estatura, o bien el padre que tú veías de baja estatura es en verdad un gigante imponente.  Opta por no dar crédito a lo que ven sus  ojos. Sin embargo el episodio traumático posterior precisamente será algo que verán sus ojos, a lo que sí dará crédito y que funcionará como una verdad.
Luego en verdad, lo que ven sus ojos en la escena del recuerdo es el padre de la estatua, gigante e imponente, encarnación de la potencia paterna, el padre del tótem, a quien se ama por su potencia y que feminiza. Más tarde veremos cómo este padre se presentará  bajo la figura del seductor.
Por otro lado no podemos pasar por alto que en este recuerdo se trata de un homenaje al padre, cuyo nombre quedará inmortalizado en ese lugar paterno tan extraño para ella, extraño en contraposición a propio. El patronímico, el apellido del padre, para una mujer no es algo propio sino ajeno, lo propio es considerar que es el del padre no el suyo. En este caso y posterior a la muerte del padre, ella toma el nombre paterno como legado, como haría un hijo varón primogénito.

Desde pequeña quiso ser pianista, ya entonces mostró tener talento para el piano y obtuvo premios. Inició una carrera musical y se trasladó a París para perfeccionarla.
Por el piano lo había sacrificado todo (…) El piano me había exigido que le ofreciera cada gota de mi sangre, cada pedazo de mi carne, y yo jamás le había dicho que no. Ni una sola vez.”
Hay aquí un ofrecerse hasta el sacrificio para satisfacer una demanda podríamos decir insaciable y también irresistible, a la que ella nunca dejó de responder, ni una sola vez dijo “no”.
Se esboza por un lado la cuestión de la demanda, el reclamo de identificarse a lo que conviene “ser” para el Otro, una gran y célebre pianista, lo que es posible mediante la pulsión siempre en tensión por ese mismo reclamo y que como un vampiro extiende su dominio gozando de cada gota de su sangre y de cada pedazo de su cuerpo. 
Por otro se esboza también un determinado destino de la pulsión, es decir la posibilidad de poner su interpretación musical allí donde ella es para el Otro, el lugar del falo, pero sustrayendo y por tanto desexualizando el cuerpo, anulando la excitación sexual fálica. Se hace posible un goce sin pasar por el cuerpo, un cuerpo que de otro modo es tomado por una erotización ajena y que es gozado incestuosamente.

El episodio de la noria
Tiene 25 años,  vive en París y perfecciona la carrera de pianista.
En verano, viaja a una pequeña ciudad suiza, a petición de su padre, para cerrar un trato comercial que concluye con la firma de un contrato. Decide quedarse unos días pues le encanta la ciudad y hay un festival de música. Alquila un apartamento; desde su ventana se ve un parque de atracciones con una bonita noria.
Un día estando en un café, se produce el encuentro casual con un hombre, 25 años mayor que ella, guapo, latino, divorciado. Dos días después el encuentro se repite, ella percibe que él intenta seducirla, huele el deseo sexual y se asusta. En los días posteriores se siente amenazada, todo se ensombrece y pierde su brillo. La sombra de un mal presentimiento lo cubre todo.
 A pesar de ello decide proseguir su estancia: “en realidad no ha sucedido nada. No he sufrido ningún daño concreto”  Estas palabras no son inocentes y vienen a predecir el sufrimiento de un daño concreto.
Una noche que pasea disfrutando del aire fresco, entra en el parque de atracciones transformado en una poderosa atracción gracias a un recuerdo: de pequeña, su padre la llevaba, pero sobre todo en ese momento rememora el olor de la chaqueta del padre un día que montaron juntos en una atracción.
Quiero subrayar que el olor como elemento común en la escena con el seductor, huele el deseo sexual de él, y en la del recuerdo del parque de atracciones, olor de la chaqueta del padre, nos va a permitir plantear posteriormente el fantasma de seducción del padre.
Aunque van a cerrar, es la última vuelta y la única pasajera, se anima a subir, lleva prismáticos y piensa “desde lo alto de la noria miraré mi apartamento. Al revés de cómo hago siempre
Mientras se eleva, la belleza de la vista le oprime el corazón en silencio. Intenta localizar su apartamento con los prismáticos y no le da tiempo, se inicia el descenso. ¡Lástima!. Ya en el suelo, al disponerse a salir descubre que la puerta de la cabina está cerrada con llave, no hay nadie en la garita del personal, ni luces en la taquilla, en breve la noria vuelve a subir. Da otra vuelta.
No se asusta, esto hace posible su deseo. “Esta vez si voy a localizar mi apartamento”.
La ventana está abierta y la luz encendida como la dejó. Contemplar su propia habitación le causa extrañeza, es como espiarse a uno mismo.

Aquí hay una inversión, puesto que ahora ella mira de afuera a dentro, y un reflexivo, “mirarse”, como en un espejo. Comienza a esbozarse una situación de división entre ella sujeto de deseo y ella mirándose como siendo otra.  

La noria se para, se hace el silencio, ausencia de voces y de luces. Está muy alto. Intenta pedir socorro, sin resultado, inútil.
Se resigna a la idea de tener que pasar la noche, logra dormirse imaginando el teclado e interpretando una sonata de Mozart al mover los dedos sobre él.
Bruscamente se despierta. Mira de nuevo su habitación y ve a un hombre, quizá el seductor, desnudo, sentado en su cama, su pecho y su vientre están cubiertos de vello negro, y su largo pene cuelga flácido. ¿Qué hace este hombre dentro de mi habitación?
Entonces ve aparecer una mujer, una mujer que es ella. Se ve a sí misma, ella está ahí en su habitación con ese hombre. Con estupor y ante sus ojos se inicia el desarrollo de una escena erótica. Ahora en un primer plano la potencia sexual del hombre, un pene enorme y una potente erección. Ella, la de la habitación se abandona, dejándose desear, dejándose hacer, “ofreciendo sin reservas su cuerpo”.
La mujer de la noria no puede dejar de mirar, a pesar de la conmoción, una escena horrible, no era sexo sino obscenidad.  “Su otro yo”, mientras estaba encerrada en la noria, era objeto de una obscenidad envilecedora. Después la inconsciencia.
Despierta en el hospital, su cuerpo está magullado, con pequeñas heridas. Al mirarse al espejo descubre que la mujer de cabellera completamente encanecida, blanca, es ella y se desmaya.

Al hablar de este episodio dice: “Yo me quedé en este lado. Pero (…) mi otra mitad se fue a la orilla opuesta. Llevándose mi pelo negro, mi deseo sexual, mi menstruación, mi ovulación (…) En una pequeña ciudad suiza, dentro de una noria, por alguna razón desconocida, mi ser se escindió de forma definitiva en dos. (…) Un espejo se interpone entre nosotras (…) y yo no podré cruzar jamás esa pared de cristal.

A partir de aquí, abandona la universidad, sus estudios en el extranjero y regresa a Japón y tampoco vuelve a tocar el teclado.
Al año siguiente muere su padre y le sucede en la dirección de la empresa, una empresa de importación y exportación, podríamos decir que hace referencia a la circulación entre lo que es propio y lo extranjero. Ella es la primogénita, la madre está delicada y no domina el japonés, el hermano es todavía pequeño.
Tres años después de morir el padre se casa con un amigo que la ama desde hace tiempo y que acepta la total ausencia de relación sexual, ella lo conocía desde niña. Sólo se ven los fines de semana, ella conserva un apartamento donde pasa prácticamente todos los días de la semana. Actualmente la empresa sigue estando a su cargo, le pertenece, aunque ahora ella sólo se dedica a su propio negocio, la importación de vino, que le permite viajar al extranjero.

Ya dije antes que el olor, el olor del deseo sexual del padre, autorizaba a interpretar el fantasma de seducción, realizado brutalmente en la escena que ella mira y se mira.
Antes hay un cierto prolegómeno, ella va a hacer algo que no debería, mirar, “expiar” a través de las ventana, qué pensaría la gente si supiera que está espiando. Acabo de equivocarme al escribir “espiar”, en realidad he escrito “expiar” cuyo significado implica culpa y castigo. Y de eso se trata de la prohibición que convoca al padre como agente de la castración. Es una escena humillante, envilecedora dice, lo que sugiere el fantasma “se pega a un niño”, ser pegada, ser castigada hace cabalgar la excitación por que ese padre que excita es un seductor.
Ser seducida por la virilidad del padre implica un peligro, que tiene que ver con la doble dirección de la seducción, el peligro de seducirle y hacerle caer de su función para ser entonces sólo un hombre; al no impedir ya el incesto, nada separa a la hija del espacio materno vampirizador. El deseo del padre trae la amenaza del goce incestuoso excesivo y mortífero.
La atracción que provocó en ese hombre que por edad podría ser un padre, la asustó, porque era un peligro, no una satisfacción, el propio deseo de provocar el deseo del seductor causa angustia.
Pero ¿qué es esa sombra que todo lo cubre y lo apaga? Sugiere una sensación de muerte, la proximidad de la muerte que lleva consigo el mismo deseo. De la misma manera que el padre seductor está irremediablemente abocado al parricidio.

También el hecho de que todo ocurre en una ciudad desconocida y extraña, en una tierra extranjera, donde ella es así mismo una extraña desconocida, una extranjera, trae consigo la disposición de una mujer a perder el nombre que es tomado del padre, un nombre que le es ajeno, pérdida del nombre que equivale a la desaparición del padre y abre la posibilidad de un goce del cuerpo más allá.
Esta situación remite además a una cuestión de identidad, a un cierto desvanecimiento del sujeto. Una analizante rememoraba sus intensas ensoñaciones donde ella era raptada por extranjeros exóticos y vendida en tierras lejanas como esclava a hombres desconocidos. No sólo le procuraban un placer intenso, podía pasarse horas inmóvil fantaseándolo, sino que además le fascinaba el hecho de no contar como sujeto hablante pues nadie hablaba su lengua, y anulada como sujeto del deseo, pues estaba a merced del deseo de los desconocidos.
Tenemos la escisión de la figura paterna, por un lado el padre del tótem, el del falo, y estamos en la escena del deseo sexual y la obscenidad, en la búsqueda del falo. Por otro el padre del nombre a quien se le rinde homenaje, el nombre que se toma como ajeno para ser perdido y que saca al goce de su anonimato. El potencial erótico está del lado del padre vivo no del padre muerto que lo encubre, como en la escena de seducción desplegada ante sus ojos. Y no sin consecuencias.

Más allá de la temática del fantasma que atañe a la excitación sexual, me interesa señalar esta otra escisión en dos y de forma definitiva, del personaje femenino, la mitad de sí misma expulsada a la otra orilla, la femenina, esa parte que viene a ser ajena a ella misma ya en la misma escena y definitivamente ajena con posterioridad. Sin menstruación ni ovulación, sin excitación y sin deseo sexual, ningún hombre vendrá tampoco al lugar donde puede ser reconocida su virilidad.
Parece un duelo, todo lo sugiere, aquello que puede hacer posible un goce que será llevado por una excitación sexual queda expulsado, un duelo imposible. Sólo un padre omnipotente podría prohibir totalmente el incesto impidiendo toda actividad sexual. Pero también esta toma del cuerpo, puede sugerir una entrega que redime de la infidelidad al primer amor, el amor de la madre.
Pienso esta escisión de la escena de la noria pero al revés como lo propio del sujeto femenino en su posición respecto al partenaire sexual, es decir que una mujer sea Otra en el encuentro sexual implica estar escindida del sujeto que es por efecto del saber inconsciente, dividida entre lo que es como ser hablante, como sujeto del deseo, y el Otra que también es, siendo para el Otro, que también quiere gozar y hacer gozar. Y digo al revés por que en el encuentro con el partenaire el sujeto que está en la noria, que piensa, que habla y sueña se borra.
Sostener y poner en juego esta división es lo propio femenino, estar en ese punto que implica el desvanecimiento del sujeto, podría decir como en el orgasmo que lo eclipsa el espacio de un instante, incluso como cuerpo que se hace inexistente, informe. 
A Tiresias se le pregunta sobre el goce femenino cuando es hombre de nuevo, cuando hay sujeto del saber y hablante, el hablar equivale a retomar el nombre y hacerse sujeto del deseo. Pero si lo propio de lo femenino es esa ausencia esporádica de sí misma, escindida de sí en un instante de totalidad, cómo saber sobre la cuestión del goce femenino, qué decir sobre su ser propio, cuando queda así forcluído del discurso. Somos entonces el Otro que como Tiresias tratamos de responder y dar cuenta del mismo interrogante.

ROSA NAVARRO FERNÁNDEZ
Psicoanalista
Miembro de la Fundación Europea para el Psicoanálisis.

Reus 21 febrero 2007

 Nota bibliográfica:
1.    Murakami Haruki.  “Sputnik, mi amor”.  Tusquets Ed. (col. Andanzas). Barcelona. 2002


2.    Béjar Silvia de. “Tu sexo aún más tuyo”. Ed. Planeta S.A. Barcelona. 2006

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